Apatheid
racista español:
los indígenas sin derechos
civiles por decisión del PP
La historia siguiente ha
ocurrido en la España constitucional y
democrática de nuestros días, no en el pasado. La
Conselleria de Benestar Social de la Generalitat Valenciana
denegó la posibilidad de adoptar una niña china al
matrimonio formado por Josefa Ibáñez y Rafael Espí
porque "tienen dificultades en la comprensión verbal, puesto que
normalmente se
expresan en valenciano" y "porque cuentan con pocos recursos personales
para asimilar contenidos". La resolución ignoraba los
preceptivos informes psicológico y social que sí les
consideraban idóneos para la adopción. El matrimonio, que
vive en Agullent (Vall d'Albaida), recurrió en
el juzgado de primera instancia y perdió, pero la Audiencia
Provincial de Valencia, en cambio, dictó un veredicto
favorable a Josefa y Rafael, en marzo del año pasado. Con las
idas y venidas por los pasillos judiciales, el matrimonio ha
sobrepasado los 55 años, edad tope marcada por las autoridades
chinas. En estos momentos, esperan adoptar una niña de
Ucrania,
país que no fija límites.
El caso merece una reflexión, a tenor de lo que explican los
interesados y su abogado. Como si se tratara de una mala comedia de la
España de Franco, a Josefa y Rafael las autoridades
autonómicas valencianas les han hecho sentir como si fueran
tontos y aquello que, en otras épocas, se llamaba paletos, sobre
todo por el hecho de que se expresan mejor en valenciano
(lengua totalmente constitucional) que en castellano y carecen de
estudios. Josefa ha explicado: "Hemos hecho mil viajes a Valencia y nos
han tratado como a terroristas, toreándonos e
ignorándonos". El matrimonio, que ha trabajado siempre en el
campo y en las industrias textiles de la zona, posee una casa de campo
de 180 metros cuadrados con piscina y su gran ilusión es ver
crecer a su hija adoptiva.
Esta historia está atravesada por prejuicios de todo tipo. El
del mundo urbano sobre el mundo rural, el de los hablantes de un idioma
sobre los de otro, el de los ignorantes con carrera universitaria sobre
aquellos que han aprendido del sentido común, y el del
funcionario arbitrario sobre el administrado indefenso. Pero, lo
más relevante de este episodio
es la invisibilidad de los agraviados y, por tanto, su imposibilidad de
hacer llegar la idea de grave injusticia, de discriminación y de
lesión
sobre sus derechos. Dicho de otro modo: la gran desgracia de Josefa y
de Rafael es no formar parte de ninguna minoría organizada,
capaz de presionar a los políticos y a los periodistas. No se
trata ni de una pareja gay moderna, ni de un matrimonio de inmigrantes
exóticos y famélicos, ni de okupas con padres bien
situados, ni de famosos simpáticos de la farándula. A
Josefa y Rafael no les adorna ninguno de los atributos de moda para que
se ponga en marcha la cadena solidaria habitual. La que empieza con la
noticia a todo volumen, sigue con la indignación amplificada de
los afines y llega a su cenit con la solidaridad políticamente
correcta de todo a cien. Es la fórmula mágica para calmar
nuestras malas conciencias y sus fantasmas. Gente sencilla del campo
valenciano, de la que nunca es portada, no parece que sea buena materia
prima para hacernos sentir tan buenos y comprometidos como, sin duda,
somos y estamos.